jueves, 11 de octubre de 2012

EXPERIENCIAS: SILENCIO EN LA SALA (por Brian Majlin)



CLARIN | EDUCACION | MIERCOLES 26 DE SEPTIEMBRE DE 2012
> EXPERIENCIAS 

Silencio en la sala 



Hace doce años que un grupo de jueces visita escuelas secundarias, para recrear casos reales que debe enfrentar la Justicia. La experiencia se cierra con un simulacro de Juicio Oral y Público en la Corte Suprema de la Nación.


Brian Majlin 

Especial para Clarín

"Orden en la sala", dice la jueza Cristina López. "Orden en la sala, chicos", repite. Como si se tratara de una escena de tribunales o de una película, la frase es aplaudida y seguida con risas. El ambiente es distendido, pero el debate lo puede tensar: unos cuarenta chicos de 5° y 6° año de la Escuela Normal Superior Prospero Alemandri (ENSPA), de Avellaneda, deben decidir si el sospechoso de causar un accidente automovilístico es culpable o no. El ejercicio forma parte del programa "La Justicia va a la Escuela", organizado por la Asociación Conciencia junto a la Asociación de Magistrados y Funcionarios de la Justicia Nacional, que llega a catorce escuelas por año.

Para resolver el caso, los alumnos cuentan con un artículo periodístico, seis preguntas orientadoras y la voz cantante y sonante de la jueza López, así como de la asesora pedagógica Ana Simari, guía del proyecto. "La idea es que los chicos comprendan la forma en que trabaja la justicia, que se acerquen a ella", explica Simari.

En un amplio salón de la escuela, los chicos se distribuyen en grupos, mientras la profesora Liliana Pereira —de Política y Ciudadanía— observa la labor de sus estudiantes. La jueza retoma la palabra. Debaten acerca de si deben dejar en libertad o detener preventivamente al sospechoso de atropellar a una empleada doméstica. Los chicos leen y releen la noticia y acuerdan, a medias: hay que detenerlo, por si acaso. La jueza pregunta, reflexiona en voz alta: "¿Y si en realidad cruzó mal la mujer?".

Las dudas sobrevuelan en murmullos, que devienen en suposiciones, especulaciones y, finalmente, en sentencia: "No podemos evaluar sobre supuestos". La voz de la alumna es grave, como la de quien se da cuenta de que algo va mal. La jueza sonríe, siente que ha logrado el objetivo de "inducir y hacer dudar a los alumnos para llevarlos a la reflexión".

"Hay que tratar de conseguir otras pruebas", insiste una compañera más al fondo, y López aprovecha el momento: "Ahora saben, chicos, la justicia es lenta porque es muy compleja y debe tomar en cuenta muchos factores".

La explicación no convence a todos, aunque definitivamente coinciden en que nada era tan sencillo como parecía ser. "Pero si metemos al chabón en cana, capaz se come dos años y no tenía la culpa", suelta al pasar una de las alumnas más activas. Luego advierte que ha usado el lenguaje que usa con sus compañeros y se disculpa. Nadie la reta, pero todos ríen, incluso la jueza. La mezcla divertida entre dos lenguajes diferentes que se mezclan en el aula descontractura dos instancias que pueden no serlo: la educación y la justicia.

"Estar acá nos permite entender cómo nos ven a los jueces, en qué andan los pibes hoy y desnudar sus prejuicios y los nuestros, que también los tenemos. Es la forma de que la justicia no sea algo abstracto", explica López.

Sobre el final, casi al pasar y cuando ya todo estaba concluyendo, los chicos advierten que el único material probatorio con el que contaron en todo el debate ha sido un artículo periodístico. Y se dan cuenta que con tan pocas evidencias pueden equivocarse.

La jueza entonces repite, como un mantra, el mensaje que vino a transmitir: "La justicia es lenta porque debe cotejar muchas cosas, para no condenar inocentes. Hay que diferenciar entre la condena social y la condena judicial".

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